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El poder de elegir

Que vacía me siento, difusa, dispersa. Mi sabor es salado aún sabiendo que ya debería ser amargo, que los limones que tengo que lamer son mis propias heridas hechas del ayer.
Porque si bien es cierto que las cicatrices son marcas del pasado, también debemos saber que son huellas indudables de un presente cambiante en el que hay pocas opciones: reinventarte, dejar pasar el tiempo, morir y renacer o seguir igual.

Bien sabido es que la elección simple reside en aferrarse a lo que uno conoce con miedo a perder o a perderse. Apego.

Otra opción menos difícil podría ser simplemente dejar que las inclemencias del tiempo hicieran su función, pero me niego a malgastarme en esos desvaríos. Huir.

Reinventar implica agarrar lo conocido y sacudirlo con la intención de que todo aquello que hay dentro del saco se mezcle y, como quien no quiere la cosa, pase a otros puntos de vista que nos hagan encontrar un resquicio de sensatez por el cual ilusionarnos y seguir adelante. Caminar.

La última de las opciones es para mí la más difícil y a la vez la más sensata, pues nos habla de la forma de hacer del ciclo de la vida natural: la muerte como parte de la vida. Dejar ir es en sí La Paz que amansa a todas las fieras del ego, a querer culpar (ya sea a ti o al resto) y te permite resurgir como un nuevo ser más fuerte e independiente que se curte del aprendizaje de la vida para ser más cercano a la belleza, la luz… Nada te para porque no arrastras pesos ni culpas. Metamorfosis.

Sea lo que sea que elijas recuerda siempre: se consecuente. Pues de tu elección dependerá la libertad y agilidad de movimiento que te ofrecerá la vida después. Porque más sacrificio suele liberar al final, y mirar hacia otro lado solo indica que llegará el momento en que te tendrás que ocupar.

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